
Pinochet ha muerto, de nuevo un dictador, un genocida, un mal nacido, muere en su cama, de viejo.
Sin ser juzgado por sus crímenes y desmanes, sin responder ante la justicia y apoyado por una minoría de chilenos, fascitas, que añoran esos tiempos de “orden” que el dictador condujo.
Seguro que ese Dios, en el cual el decía creer, lo mandara a purgar todos sus crímenes al infierno eterno.
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